domingo, 31 de enero de 2010

Voces en la oscuridad


Todavía me acuerdo de una noche que habíamos ido a tu casa. Vos te tenías que bañar y me quedé esperándote en el living. Empecé a mirar un poco de tele pero me bajó el sueñito, así que me saqué las zapatillas, me tendí en el sillón cuan larga soy, me di vuelta contra el respaldo porque me molestaba la luz, y me quedé dormida. Me desperté con los besos que me estabas dando en el cuello, me sobresalté y vos me decías bajito “¿qué pasa, qué pasa?”, como poniéndole la voz a lo que yo seguramente estaba pensando. ¿Puede ser que después de tanto tiempo, y después de todo lo que me hiciste, al acordarme de esto todavía te extrañe?

Pero vos tenés una vocecita aguda y medio como que se te va. En cambio, mirá este otro recuerdo. Yo estaba profunda, pero muy profundamente dormida. Y de pronto escucho una voz muy grave y medio arruinada por el cigarrillo y tal vez también por el alcohol, un timbre de voz que equivocadamente o no identificamos con un hombre recio y viril, una especie de Coco Basile que me decía “muñeca…”, pero con una dulzura que se me hubiera caído la bombacha hasta los pies, en caso de que la tuviera puesta. “Muñeca, yo no te quiero despertar”, no sólo tenía la bombacha puesta sino toda la ropa y los zapatos, y también la cartera como abrazada a un rencor, y el celular y las llaves en la mano. “Muñeca, yo no te quiero despertar, pero ya llegamos...” Me había quedado dormida en el taxi, volviendo del laburo.

Por lo demás, soy insomne.

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