lunes, 1 de febrero de 2010

La donna è mobile


Unos pocos de ustedes acaban de conocerme como La pequeña Lulú; pero recién empiezo y ya quiero cambiar. Encontré una identidad que me representa más, así que a partir de ahora nos vemos en http://www.lacyrenita.blogspot.com/.Chau Lulú, hola Cyrena.

La veterana sentenciosa


Hay un arquetipo femenino al cual le tengo terror. Quiero decir que me da terror pensar que puedo llegar a caer en eso. Es lo que yo llamo la veterana sentenciosa.

Se trata generalmente de mujeres de más 50 años, aunque también pueden ser un poco menos. Lo descubrí, cuando yo tenía 20 y pico, en las madres de algunas de mis amigas. Y lamentablemente volví a encontrarme con la misma figurita algunas veces antes de aprender.

All by myself

Es un tipo de mujer que, sobre todo, se define por haber tenido que hacerlo todo sola; aunque vistas desde afuera uno puede llegar a confundirlas con viejas que tienen el vicio de posarla de veteranas macanudas y dar cátedra montadas en esa supuesta macanudez. Lo más patético es que, invariablemente, sus asuntos andan espantosamente mal y siempre tienen tres o cuatro focos de incendio que apagar. Pero en vez de tratar de apagar el fuego, ellas se dedican a dar cátedra. ¿Y quién querría recibir lecciones de alguien que a todas luces se ha equivocado y sigue equivocándose tanto? ¿Quién confiaría en la sabiduría de alguien cuya vida es un desastre permanente?

Nadie, pero no importa. No se trata de lo que necesite la joven que tenga la desgracia de hallarse en las inmediaciones de una veterana sentenciosa. Se trata de lo que necesita la veterana. Y necesita jugar un jueguito que la deje en un rol según el cual no es unas frustrada que tiene que lidiar con las consecuencias de un montón de elecciones desacertadas, sino una mujer “con experiencia”, curtida por una vida intensa en la cual fue valiente y se jugó y asumió riesgos con el corazón en la mano y los puños llenos de verdades que los timoratos no querían enfrentar. Si a partir de ahí todo fue una catástrofe, no es culpa de ella. Ella es sólo una víctima de este mundo mediocre que no pudo ofrecerle nada que estuviera a la altura de semejante pedazo de mujer… La veterana se escribe ella sola. Pero el soundtrack es de Wagner.

Es desde esa posición que la veterana sentenciosa da cátedra. Ella no te cuenta algo que le pasó, no te da consejos, no opina ni –menos que menos- pregunta. Ella emite aforismos. Axiomas. Sentencias. Por eso la llamo veterana sentenciosa. Por eso, y porque todavía le falta un poco para vieja de mierda, que es hacia donde inevitablemente se encamina.

Pero las sentencias no se la dicta a los hombres –ya está avisada de que el umbral masculino de tolerancia a la queja es bajísimo-, sino a otras mujeres lo bastante jóvenes como para estar desprevenidas. Porque la veterana sentenciosa tiene un anzuelo muy poderoso cuando la víctima es una chica inexperta y con conciencia gremial, quiero decir de género. Cultiva el arte imposible de elogiarse permanentemente a sí misma sin parecer soberbia, y el más imposible aun de poner al prójimo por el suelo sin parecer maledicente (yo no dije en ninguna parte que la veterana sentenciosa no tuviera talento).

Entonces, ¿qué pasa? Si la joven no acepta jugar el jueguito de mitad admirar y mitad compadecer a la veterana que mejor haría en llamar a los bomberos, hay una penalidad muy clara. Automáticamente, la joven quedará categorizada como otra timorata sin corazón que no supo reconocer el fulgor de la grandeza allí donde lo que hay es un incendio de proporciones, o varios. Sí. En realidad, en todos los casos son varios. ("Padre, ¿no ves que me estoy quemando?")


Para apagar tanto fuego

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y aunque el derrame posterior no tenga la virtud de apagar la pira funeraria en que la veterana se consume viva, sí tiene el efecto de hacer que la joven se vaya, bien que con un poco de mala conciencia por estar haciendo lo que prima facie parecería huir. Lamento decir que el detonante suele estar relacionado con cuestiones de dinero, porque uno de los rasgos de la veterana sentenciosa es que, como su vida siempre es un desastre, sus finanzas son permanentemente desastrosas. Ella no tiene dinero, así que alguien que la quiera bien debería dárselo. Ella necesita, así que el mundo le debe. La parte del mundo que no es ruin y desalmada, claro.

Después de todo, ella haría lo mismo por vos. No importa que no vaya a estar nunca en condiciones de hacerlo, porque sus problemas propios son de verdad tan grandes y tan urgentes que nunca le sobrarán ni diez centavos para completar lo que te falta para el colectivo, ni menos aun le sobrará disponibilidad mental como para darse cuenta de que estás necesitando menos frase para el bronce y, apenas, una monedita. Lo importante es que si ella pudiera, lo haría. Te daría esa monedita, aunque nunca vaya a poder.

De todas maneras, tranquiliza pensar que así estuvieras en una situación en la que ella realmente pudiera hacerte un favor, tampoco te lo haría porque simplemente no se daría por enterada. Porque el rasgo más constitutivo de la veterana sentenciosa es que ella no puede escuchar. Ella siempre tiene tantas cosas que decir: tanta calamidad que narrar, tanta sabiduría que transmitir. Simplemente, no puede escucharte. Aunque seguro que te llenaría de máximas edificantes si te viera en una crisis. Cualquier malestar tuyo la pondrá feliz e inspirada porque eso significa que no es que a ella no le estén yendo bien las cosas, sino que el mundo es implacable con las mujeres con mayúscula, como ella y como vos. Gracias a la desgracia, acabás de recibirte de una mujer como debe ser, con un título certificado por la más grande autoridad competente en la materia. Y ahora, como ella, deberás arreglártelas sola.

Honestidad brutal

Un día me di cuenta de que no era nada más que el raye particular de Fulanita o de Menganita, sino de que estaba frente a una tendencia; y dije “nunca más me voy a prestar a jugar este jueguito”. Y hasta ahora, no lo hice. Pero adivinen qué pasó no mucho tiempo después. Los años habían pasado para mí también, y no sólo significaban aprendizajes adquiridos. También implicaban que yo me estaba poniendo, lisa y llanamente… grande. De pronto, una o dos veces, me escuché emitiendo sentencias yo misma, aunque todavía esté lejos de la edad mínima requerida.

Porque es verdad que a una determinada edad tenés una experiencia que podría ser útil para alguien más joven… pero ya se sabe que “la experiencia es un peine que te regalan cuando ya te has quedado calvo”: es muy dudoso que la experiencia pueda realmente ser transmitida. Y desde ya, es muy dudoso que lo que uno creyó aprender sea realmente la posta.

A todos mis amigos les pido honestidad brutal, pero a mis amigas más jóvenes, en particular, además les pido que no me dejen caer en el estereotipo. Que la comunicación siempre tiene que ser un camino de dos vías, no de una de las dos dando cátedra. Yo, por mi parte, me conmino a mí misma a no perder, y en lo posible incrementar, mi disposición a escuchar lo que se me dice. Es un mal generalizado, pero por eso mismo insisto, por si antes no prestaron atención: lo que más define a la veterana sentenciosa es su incapacidad de escuchar.

El día que vuelen


No hace falta agregar más apostillas a la lección impartida por nuestra jefE de Estado sobre las propiedades afrodisíacas del cerdo de su marido, perdón, del cerdo.

Lo que a mí me sorprendió fue la identificación que se armó a partir de ahí, entre alimentos cuya ingesta estimularía el deseo sexual (afrodisíacos) y fármacos cuya ingesta posibilita la erección masculina. No sé si será porque “hacer chanchadas” es una de las expresiones que usamos para referirnos a tener sexo. Pero la propia presidentA estima “que es mucho más gratificante comerse un cerdito que tomar Viagra”, como si no hubiera diferencia entre tener ganas y poder.

Dejando aparte el hecho de que los afrodisíacos no existen, la disfunción del deseo es una cosa y la disfunción eréctil es otra. A lo mejor, Cristina se confundió porque es mujer y las mujeres podemos consumar perfectamente una relación sexual sin tener ni ganas ni “potencia”. Es lo que se llama con justicia –y para seguir con las metáforas gourmet- efecto bolsa de papas.

No se apresuren los lectores de la rama masculina a envidiarnos por este dudoso don. Nosotras compartimos con ustedes un mal que probablemente sea el más atormentador que se puede tener sexualmente hablando: nosotras también, a veces, no podemos.

Los hombres están programados para creer que el único motivo por el que no se puede es porque las tropas afectadas no responden a sus mandos naturales. Nada de eso. Hay una instancia previa. Es cuando no se puede porque no hay con quién –un deseo difuso, sin objeto determinado-, o porque nuestro deseo, ése que no sólo se encendió sin ayuda farmacológica sino que mataríamos por sofocar, eligió como objeto a alguien que no quiere con nosotros. Y cuando uno no quiere, dos no pueden.

Explíquenle a alguien que está en esta situación que tener ganas de bailar el tango no sólo es maravilloso sino hasta saludable e indispensable para mantener la psiquis como debe estar. Explíquenselo a otro, porque yo no lo creo.


Cuando no hay con quién

Parecería que el único problema que puede haber con el deseo es que desaparezca, cuando en realidad la mayor parte de los sufimientos que hay en este campo se deben a las veces en que aparece en forma inoportuna, y se instala, y pide y reclama y amenaza para que se le dé lo que uno quisiera darle, pero no puede.

El deseo es algo que tendría que poder ponerse en on o en off según las posibilidades que tuviéramos de satisfacerlo. Porque cuando esas posibilidades no existen, el deseo es un tormento.

Cada tanto se nos anuncia que los científicos están buscando, o incluso que ya encontraron, un Viagra femenino. Vaya a saber qué significa eso. Dan unas explicaciones nebulosas acerca de que por supuesto, en el caso de la mujer no hace falta que haya erección de nada (¿perdón?), sino que… A mí me suena al imperativo capitalista de ser siempre productivo. Hay que estar aportando siempre al producto bruto interno y hay que estar siempre deseante y potente para consumar.

Relájense. Lo uno es una ficción tanto como lo otro. Es más, generalmente no poder lo uno implica no poder tampoco lo otro. En una cantidad abrumadora de casos, no podemos nada. San Martín decía que querer es poder porque él era un degenerado, igual que Kant (“debes, por lo tanto puedes”).


Para matar el deseo

Yo voto fervientemente por que Pfizer desarrolle una pastillita unisex que sirva para eliminar el deseo en esos períodos en que lo único que hace es molestar. “No quiero tener ganas en las próximas 48 horas”, días, semanas, meses. Años. Con la menor cantidad posible de efectos colaterales, aunque inevitablemente en sus primeras versiones los tendrá, como la píldora anticonceptiva. No importa. Yo me ofrezco como cobayo.

Si a ustedes esto les parece descabellado, piensen en todo lo que somos capaces de hacer en esos períodos en los que no podemos ni hacer pis sin pensar en el objeto esquivo de nuestro “amor”. Desde matarnos en el gimnasio hasta emborracharnos, pasando por comer desaforadamente o tomar pepas para conciliar el sueño. Todas cosas que le infligimos a nuestro cuerpo y que son, en la mayor parte de los casos, indeseables.

Piensen en todas las pastillitas que nos cambiaron la vida desde mayo del ’68 para acá:

-La píldora anticonceptiva fue revolucionaria, sin duda, porque permitió deslindar el acto sexual de la procreación. En rigor de verdad ya había recursos para esto, pero estaban supeditados a que el varón se dignara y su eficacia era inferior. Debió haber sido liberadora para ambos sexos, pero lo fue para la mujer y con eso solo ya fue uno de los mejores inventos del siglo XX.

-Algunos equiparan este logro con el del Viagra. En este caso soy más renuente, pero pongamos que me faltan algunos años para disfrutar de sus beneficios secundarios.

-La píldora del día después genera más controversias, aunque yo la apoyo fervientemente.

Como diría Cavallo: pues bien. Yo les aseguro que los beneficios de estas tres pepas sumadas quedarán chiquitos al lado de los beneficios que puede prestarle a la humanidad la píldora para hacer desaparecer el deseo del organismo.

A los dueños de los laboratorios les diría que lo piensen muy seriamente. Ustedes no se imaginan lo que pueden llegar a recaudar con esa patente. Millones de personas que tal vez estén contando los cuartos para comer harían sin dudarlo este gasto en su salud. Habría un mercado negro para conseguir por Internet presentaciones truchas, o verdaderas pero obtenidas ilegalmente, de la pastilla de no tener ganas (laboratorios, vayan previéndolo desde ahora), lo cual es un riesgo pero también es un índice de éxito. Los médicos mediáticos se verían forzados a educar en cuanto a que no se puede mezclar la píldora del desgano esta tarde con el Viagra mañana a la noche, que eso hay que dosificarlo correctamente según pautas profesionales.

El planeta Tierra se llenaría de gente tranquila y contenta porque se libró de la tortura de querer hacer lo que no puede, no porque le falte con qué sino porque le falta con quién.

Y lo más importante, que no pasó con ninguna de las otras tres: la pastilla de las no-ganas contaría con el apoyo y hasta con el auspicio de la Iglesia Católica. Ningún fármaco en la historia de la humanidad contó con semejante espaldarazo, ni siquiera la penicilina. Y yo creo que estaría bien.

domingo, 31 de enero de 2010

Voces en la oscuridad


Todavía me acuerdo de una noche que habíamos ido a tu casa. Vos te tenías que bañar y me quedé esperándote en el living. Empecé a mirar un poco de tele pero me bajó el sueñito, así que me saqué las zapatillas, me tendí en el sillón cuan larga soy, me di vuelta contra el respaldo porque me molestaba la luz, y me quedé dormida. Me desperté con los besos que me estabas dando en el cuello, me sobresalté y vos me decías bajito “¿qué pasa, qué pasa?”, como poniéndole la voz a lo que yo seguramente estaba pensando. ¿Puede ser que después de tanto tiempo, y después de todo lo que me hiciste, al acordarme de esto todavía te extrañe?

Pero vos tenés una vocecita aguda y medio como que se te va. En cambio, mirá este otro recuerdo. Yo estaba profunda, pero muy profundamente dormida. Y de pronto escucho una voz muy grave y medio arruinada por el cigarrillo y tal vez también por el alcohol, un timbre de voz que equivocadamente o no identificamos con un hombre recio y viril, una especie de Coco Basile que me decía “muñeca…”, pero con una dulzura que se me hubiera caído la bombacha hasta los pies, en caso de que la tuviera puesta. “Muñeca, yo no te quiero despertar”, no sólo tenía la bombacha puesta sino toda la ropa y los zapatos, y también la cartera como abrazada a un rencor, y el celular y las llaves en la mano. “Muñeca, yo no te quiero despertar, pero ya llegamos...” Me había quedado dormida en el taxi, volviendo del laburo.

Por lo demás, soy insomne.