lunes, 1 de febrero de 2010

La veterana sentenciosa


Hay un arquetipo femenino al cual le tengo terror. Quiero decir que me da terror pensar que puedo llegar a caer en eso. Es lo que yo llamo la veterana sentenciosa.

Se trata generalmente de mujeres de más 50 años, aunque también pueden ser un poco menos. Lo descubrí, cuando yo tenía 20 y pico, en las madres de algunas de mis amigas. Y lamentablemente volví a encontrarme con la misma figurita algunas veces antes de aprender.

All by myself

Es un tipo de mujer que, sobre todo, se define por haber tenido que hacerlo todo sola; aunque vistas desde afuera uno puede llegar a confundirlas con viejas que tienen el vicio de posarla de veteranas macanudas y dar cátedra montadas en esa supuesta macanudez. Lo más patético es que, invariablemente, sus asuntos andan espantosamente mal y siempre tienen tres o cuatro focos de incendio que apagar. Pero en vez de tratar de apagar el fuego, ellas se dedican a dar cátedra. ¿Y quién querría recibir lecciones de alguien que a todas luces se ha equivocado y sigue equivocándose tanto? ¿Quién confiaría en la sabiduría de alguien cuya vida es un desastre permanente?

Nadie, pero no importa. No se trata de lo que necesite la joven que tenga la desgracia de hallarse en las inmediaciones de una veterana sentenciosa. Se trata de lo que necesita la veterana. Y necesita jugar un jueguito que la deje en un rol según el cual no es unas frustrada que tiene que lidiar con las consecuencias de un montón de elecciones desacertadas, sino una mujer “con experiencia”, curtida por una vida intensa en la cual fue valiente y se jugó y asumió riesgos con el corazón en la mano y los puños llenos de verdades que los timoratos no querían enfrentar. Si a partir de ahí todo fue una catástrofe, no es culpa de ella. Ella es sólo una víctima de este mundo mediocre que no pudo ofrecerle nada que estuviera a la altura de semejante pedazo de mujer… La veterana se escribe ella sola. Pero el soundtrack es de Wagner.

Es desde esa posición que la veterana sentenciosa da cátedra. Ella no te cuenta algo que le pasó, no te da consejos, no opina ni –menos que menos- pregunta. Ella emite aforismos. Axiomas. Sentencias. Por eso la llamo veterana sentenciosa. Por eso, y porque todavía le falta un poco para vieja de mierda, que es hacia donde inevitablemente se encamina.

Pero las sentencias no se la dicta a los hombres –ya está avisada de que el umbral masculino de tolerancia a la queja es bajísimo-, sino a otras mujeres lo bastante jóvenes como para estar desprevenidas. Porque la veterana sentenciosa tiene un anzuelo muy poderoso cuando la víctima es una chica inexperta y con conciencia gremial, quiero decir de género. Cultiva el arte imposible de elogiarse permanentemente a sí misma sin parecer soberbia, y el más imposible aun de poner al prójimo por el suelo sin parecer maledicente (yo no dije en ninguna parte que la veterana sentenciosa no tuviera talento).

Entonces, ¿qué pasa? Si la joven no acepta jugar el jueguito de mitad admirar y mitad compadecer a la veterana que mejor haría en llamar a los bomberos, hay una penalidad muy clara. Automáticamente, la joven quedará categorizada como otra timorata sin corazón que no supo reconocer el fulgor de la grandeza allí donde lo que hay es un incendio de proporciones, o varios. Sí. En realidad, en todos los casos son varios. ("Padre, ¿no ves que me estoy quemando?")


Para apagar tanto fuego

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y aunque el derrame posterior no tenga la virtud de apagar la pira funeraria en que la veterana se consume viva, sí tiene el efecto de hacer que la joven se vaya, bien que con un poco de mala conciencia por estar haciendo lo que prima facie parecería huir. Lamento decir que el detonante suele estar relacionado con cuestiones de dinero, porque uno de los rasgos de la veterana sentenciosa es que, como su vida siempre es un desastre, sus finanzas son permanentemente desastrosas. Ella no tiene dinero, así que alguien que la quiera bien debería dárselo. Ella necesita, así que el mundo le debe. La parte del mundo que no es ruin y desalmada, claro.

Después de todo, ella haría lo mismo por vos. No importa que no vaya a estar nunca en condiciones de hacerlo, porque sus problemas propios son de verdad tan grandes y tan urgentes que nunca le sobrarán ni diez centavos para completar lo que te falta para el colectivo, ni menos aun le sobrará disponibilidad mental como para darse cuenta de que estás necesitando menos frase para el bronce y, apenas, una monedita. Lo importante es que si ella pudiera, lo haría. Te daría esa monedita, aunque nunca vaya a poder.

De todas maneras, tranquiliza pensar que así estuvieras en una situación en la que ella realmente pudiera hacerte un favor, tampoco te lo haría porque simplemente no se daría por enterada. Porque el rasgo más constitutivo de la veterana sentenciosa es que ella no puede escuchar. Ella siempre tiene tantas cosas que decir: tanta calamidad que narrar, tanta sabiduría que transmitir. Simplemente, no puede escucharte. Aunque seguro que te llenaría de máximas edificantes si te viera en una crisis. Cualquier malestar tuyo la pondrá feliz e inspirada porque eso significa que no es que a ella no le estén yendo bien las cosas, sino que el mundo es implacable con las mujeres con mayúscula, como ella y como vos. Gracias a la desgracia, acabás de recibirte de una mujer como debe ser, con un título certificado por la más grande autoridad competente en la materia. Y ahora, como ella, deberás arreglártelas sola.

Honestidad brutal

Un día me di cuenta de que no era nada más que el raye particular de Fulanita o de Menganita, sino de que estaba frente a una tendencia; y dije “nunca más me voy a prestar a jugar este jueguito”. Y hasta ahora, no lo hice. Pero adivinen qué pasó no mucho tiempo después. Los años habían pasado para mí también, y no sólo significaban aprendizajes adquiridos. También implicaban que yo me estaba poniendo, lisa y llanamente… grande. De pronto, una o dos veces, me escuché emitiendo sentencias yo misma, aunque todavía esté lejos de la edad mínima requerida.

Porque es verdad que a una determinada edad tenés una experiencia que podría ser útil para alguien más joven… pero ya se sabe que “la experiencia es un peine que te regalan cuando ya te has quedado calvo”: es muy dudoso que la experiencia pueda realmente ser transmitida. Y desde ya, es muy dudoso que lo que uno creyó aprender sea realmente la posta.

A todos mis amigos les pido honestidad brutal, pero a mis amigas más jóvenes, en particular, además les pido que no me dejen caer en el estereotipo. Que la comunicación siempre tiene que ser un camino de dos vías, no de una de las dos dando cátedra. Yo, por mi parte, me conmino a mí misma a no perder, y en lo posible incrementar, mi disposición a escuchar lo que se me dice. Es un mal generalizado, pero por eso mismo insisto, por si antes no prestaron atención: lo que más define a la veterana sentenciosa es su incapacidad de escuchar.

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